¿Estás preparado para tu muerte? Por Agustín Ríos

Para Javier, con cariño.

Lector, no le cambies. No seas cobarde. Detente unos minutos por favor.

Sin duda, el lector podrá encontrar no grato el título de este artículo, e incluso sentirlo agresivo. Sin embargo, lo que se busca es provocar y reflexionar lo más seriamente posible sobre uno de los tópicos más polémicos, no únicamente en el ámbito empresarial, sino de la vida misma.

Y a pesar de que sabemos que indefectiblemente llegará un día en el que falleceremos, no nos preparamos, acaso porque pensamos que el deceso acaecerá cuando nosotros lo establezcamos o estando ya viejos o con edad avanzada, y que entonces encontraremos un tiempo o nos daremos un espacio para tener un ocaso digno.

Lo anterior no es así en la realidad. La muerte puede llegar en cualquier momento. Y lo sabemos. Sólo que no lo queremos aceptar y postergamos su preparación creyendo que es una “variable” más que podemos controlar y que “hoy no nos va a pasar”.

Con certeza lo que a priori buscamos es extender el mayor tiempo posible nuestra estadía en este mundo. Pero ello no depende de nosotros al cien por ciento. Aunque busquemos tener y vivir una vida sana, cabe la posibilidad de que por accidentes de cualquier índole nuestra vida termine. Sí, en un segundo. Literalmente.

Por ello el título “¿Estás preparado para tu muerte?”. Seguramente no.

Llevo dando clases ya bastante tiempo a nivel profesional e incluso posgrado, y justo en este año he empezado mis clases con dos preguntas, a saber: 1) ¿Cómo te llamas?, y 2) ¿A qué le tienes miedo?

Azorados porque inicialmente no encuentran el nexo causal entre la pregunta y la materia por la que están estudiando, no tienen otra opción más que contestar. Y la mayoría responde: miedo a estar enfermo y miedo a la muerte.

Y claro que es comprensible. Nadie se quiere morir. Sin embargo, como lo dije, llegará ese momento.

Y por ello hay que estar preparado. Y la preparación no se limita a un testamento,[1]; va mucho más allá de eso. Disciplina que no se enseña y tópico del que no se habla en familia, ya que para algunos puede ser un tema tabú.

Pero, ¿qué pasa si esta trágica realidad se nos presenta y somos empresarios y emprendedores? Emergen las siguientes interrogantes: ¿Seguirá mi empresa? ¿Qué pasará con mis clientes y proveedores? ¿Qué pasa con mis nombres de usuario y contraseñas de todos los servicios digitales que tengo, desde el correo electrónico hasta la cuenta bancaria, et.? ¿A quién he designado para continuar en mi lugar: mis hijos, mis subordinados, mi cónyuge?

Lo anterior se agudiza cuando el fallecimiento ocurre ipso facto, sin preverse y sin avisar. De un día para otro, todo parece derrumbarse porque, además de la carga emocional de la pérdida, los negocios continúan, los clientes siguen llamando por sus asuntos, se deben pagar los gastos operativos, porque, contradictoriamente, el deceso no interrumpe la demás vida. En todo caso, la podrá suspender algún tiempo, pero no la detiene. No debiera hacerlo, si nos atenemos a que uno de los objetivos de cualquier empresa debiera ser trascender. Y para ello hay que prepararse.

No se me olvidará jamás que estando en un cambio de oficinas y emocionado por la nueva etapa que se iniciaba, rodeado de cajas, viendo cómo se desmantelaba cada uno de los muebles y objetos que componen nuestra empresa —aunque jurídicamente se trate de una “ficción” dado lo incorpóreo de ésta—, y con ello recordando anécdotas, vivencias y todo lo que conlleva una convivencia de más de trece años en ese mismo lugar, recibí una noticia que me dejó helado. Era sábado, lo recuerdo bien. “Agustín: ¿estás sentado?”, me preguntó una de mis colaboradoras. “Sí —le dije—. ¿Qué pasó?”. “Pues fíjate que me acaban de informar que nuestro colaborador en materia laboral —y con quien tenía una relación de más de 15 años—, acaba de fallecer”. “¡¿Qué?!” —exclamé—. ¡No puede ser!”. Me cambié, estupefacto por lo impactante de la noticia, y por supuesto fui a presentar mis condolencias. Ahí vi a sus familiares, quebrados por el trágico e inesperado suceso.

Pero lo que más me caló y me sorprendió fue que el lunes siguiente recibí una llamada de la esposa de mi amigo, diciéndome que se ponía a nuestras órdenes y que todo seguiría igual porque tenían a los abogados y la estructura para atender los asuntos. ¡Qué lección de vida! ¡Qué arrojo y compromiso! Y, en palabras silvestres, pero que no encuentro sustituto: ¡Qué cojones! Pese al luto y a la pérdida del ser querido, no se dejó llevar por el sentimiento, la rabia, la confusión y más adjetivos, sino que literalmente “se puso a trabajar”.

Y esto me ha llevado a pensar mucho sobre lo vulnerables que estamos frente a la muerte y, sobre todo, que no nos preparamos para ello. Específicamente y de manera concreta, me refiero a que se tenga el menor impacto por el deceso. Que eso no paralice la vida de las personas que siguen en este mundo y que también el costo sea el menor posible. Por ello, a continuación van algunas recomendaciones para preparar el momento en que dejemos de existir:

1. Testamento: acudir con algún notario público de su confianza para que ante él comparezcan y lleven a cabo el testamento, recordando que éste puede irse modificando de vez en vez y que el último es el que legalmente cuenta. Y ello no es privativo de los hombres o mujeres de edad avanzada. Cualquier persona que tenga capacidad legal y sea mayor de edad puede hacer su testamento. No se necesita tampoco como una condición sine qua non contar con un patrimonio consolidado, pues en el testamento se puede dejar una cláusula que señale la disposición de bienes presentes y futuros.

El no contar con un testamento provoca que, en caso de fallecimiento, se tenga que interponer un juicio sucesorio para que un juez, a falta de voluntad escrita del de cujus, determine y decida sobre el destino del patrimonio.

2. Lista de nombres de usuario y contraseñas: Con el advenimiento de la tecnología y el impacto que ésta ha tenido en todos los aspectos de nuestra vida, todos —o casi todos— tenemos un alter ego digital, pues tenemos un perfil en redes sociales, tenemos cuenta seguramente en algún servicio de música o de entretenimiento como Netflix®, cuentas de banco digitales y un largo etcétera, sin soslayar que todo el día portamos y usamos una de las computadoras más importantes que se haya desarrollado: el teléfono inteligente, que contiene aplicaciones que usamos a diario.

En ese contexto es muy recomendable que se adquiera una aplicación o servicio de administrador de usuarios y contraseñas como “1 PASSWORD”, y que junto al testamento dejemos una lista con éstos, o bien, con un listado que contenga las contraseñas para que, en caso de fallecimiento, nuestros seres queridos desactiven o tomen control de éstas.

3. Plan de continuidad de negocios: en el ámbito empresarial sin duda que es importante aleccionar y capacitar a los empleados y colaboradores de todos los niveles para que sepan qué hacer y cómo reaccionar ante accidentes de trabajo o incluso la muerte. El negocio o empresa debe, ante la aparición de un evento inesperado, ser capaz de continuar como estaba antes de tal suceso. Es por ello que si se presenta la muerte de un colaborador o accionista, se debe saber qué funciones tiene, tomar nota de su correo electrónico, tener un mensaje póstumo, etc. Y, sobre todo, siempre atender los asuntos de forma conjunta, para que no se dependa sólo de una persona.

Lo anterior incluye, en el ámbito empresarial, que se pueda implementar un esquema de llamado gobierno corporativo.

4. Papeles en orden: se recomienda, por supuesto, tener contratado un seguro de gastos funerarios para que no se impacten las finanzas de las personas que le sobreviven a la persona fallecida, además de tener copias certificadas del acta de nacimiento, actas de matrimonio, actas de divorcio —si fuera el caso—, un historial médico de la persona, copias certificadas de licencia, pasaporte, visa, etc., así como de las escrituras del bien inmueble que se habita o de las distintas propiedades que se tengan, etc.; y que la persona que pudiera fungir como albacea, que es la persona encargada por el testador o por el juez de cumplir la última voluntad del fallecido, custodiando sus bienes y dándoles el destino que corresponde según la herencia.

Como se desprende de lo anterior, sí depende de nosotros y sí está en nuestro ámbito de incidencia estar preparados para la muerte. El suceso mismo no lo controlamos directamente nosotros —por supuesto que hay excepciones—, pero lo que rodea a la muerte, sí, y ante ello no debemos permanecer impávidos, sino ser responsables con nosotros mismos y con quienes nos rodean. De ahí el dicho de NO heredemos problemas.

 

[1] De acuerdo al artículo 1295 del Código Civil Federal, testamento es un acto personalísimo, revocable y libre, por el cual una persona capaz dispone de sus bienes y derechos, y declara o cumple deberes para después de su muerte.